Nuevas energías

Los propósitos del nuevo año son algo que nos da nuevas energías y sin embargo poco nos acordamos de nuestros logros. Y es que si lo pensáis un poco hemos logrado cosas, que tal vez no fueran las que en un primer momento nos propusimos pero han añadido otros valores a nuestra vida.

Aunque no estemos justo donde queríamos estar quizás hemos empezado con un proyecto que nos hacía ilusión o hemos creado alguna rutina que nos hace sentir mejor o nos hemos atrevido a contactar a alguien que puede llegar a ser importante en nuestras vidas.

Revisar nuestros objetivos a corto o largo plazo nos ayuda a ver donde estamos y qué batallas queremos retomar o dejar atrás. La lucha por estar bien contigo mismo/misma debería ser una prioridad. Yo, como todos, tengo mucho que mejorar -empezando por el estrés de las mañanas- y, sin embargo, estoy orgullosa de haber acogido a una familia por unos meses, de hacer comidas más sanas y de haber encontrado un grupo de astronomía y otro de baile que me encantan.

Al hablar de objetivos es bueno apuntar a lo concreto, así que id más allá de los conceptos o las ideas vagas. Hay que coger el calendario y buscar huecos, quieres ir a esa clase – apúntate- conocer a más personas, escribe ese mensaje… es decir ve más allá del miedo al rechazo, a la frustración, y construye poco a poco el camino hacia tus metas.

Mi experiencia con gemelas +1

Hay quien me pregunta por mi experiencia personal, con gemelas de 6 años y un niño de 8. Empezaré diciendo que es una experiencia única y muy bonita la de tener gemelas y observar su relación como también la relación con su hermano. Seguiré diciendo que el estrés y la sensación de no llegar a todo es normal y el tener a alguien con quien hablar es realmente un ancla al que aferrarse en los momentos difíciles.

Cualquiera que tenga niños entenderá también que un desafío, sobretodo cuando son pequeños y hay que mantenerlos a todos a salvo. Aún necesitan (o quieren) cosas al mismo tiempo, por ejemplo ayuda para ponerse las zapatillas o encontrar sus cosas. Momentos como salir de casa o conseguir que se levanten y se vistan siguen siendo bastante estresantes…

Lleva tiempo pero se encuentran formas de sobrellevar estos momentos, el trabajar en encontrar esos intereses comunes o momentos juntos (aunque sea un ratito cada día) es algo inmenso. Yo por ejemplo comparto con mi hijo el interés por la astronomía y me encanta hablar con él sobre esto.

Luego están esos truquis que van desde convertir momentos de tensión en juegos (por ejemplo el vestirse con una canción), el preparar todo antes (a mi este normalmente se me olvida pero sé cómo ayuda el tener todo en el mismo sitio), o tener más tiempo por las mañanas…

El respirar, conectar con tus sentimientos y resaltar lo que hacen en vez de lo que no hacen también es muy importante para romper esa búsqueda de atención negativa. Es importante pensar en cómo está uno mismo para poder cuidar de otros así que a aquellas mamás o papás que se han olvidado de ellos mismos quiero recordarles que se den un respiro y piensen en qué necesitan ellos mismos para estar bien.

Y por supuesto pedir ayuda cuando podamos porque aunque queramos ser (y todos piensen que somos) súper mamás o súper papás, en el fondo todos somos seres humanos.

El duelo

Una marea de vacío nos inunda cuando perdemos a alguien, es el tipo de tristeza más profunda que podemos sentir. El duelo es uno de los procesos más difíciles por los que una persona puede pasar, perder a alguien cercano es como si nos arrancasen algo nuestro, sin aviso y sin derecho a hacerlo. Un millón de porqués que no podemos contestar, mucho dolor…

Si vemos a alguien pasar por este proceso no sabemos qué decir, no le podemos devolver a su ser querido, solo nos queda estar allí y preguntar si podemos ayudar con algo. Luego hay pérdidas más difíciles que otras, más inesperadas, que vienen más pronto de lo que deberían y que dejan una huella que nos marca para siempre. Yo creo, sin embargo, que todas las personas que pasan por nuestra vida dejan un trocito suyo en nuestro corazón.

La tristeza es una emoción que nos dice que tenemos que bajar el ritmo, quizás llorar, porque hemos perdido algo muy importante en nuestras vidas. A veces nos hace pensar en quiénes somos e incluso redefinirnos. Se pueden distinguir distintas etapas en el duelo y todas las emociones son válidas y cada uno toma su tiempo en recorrerlas. A mí me gusta pensar en el duelo como la metáfora de una tormenta con olas grandes y fuertes que arremete contra nosotros sin darnos tregua pero que, poco a poco, amaina y las olas, aunque vienen, son menos frecuentes y más bajitas.

¿Y si no amaina, qué hacer? Por supuesto pedir ayuda, si no es a un profesional al menos hablar a alguien cercano. Y en el tiempo que la tormenta pasa las rutinas son los cimientos para seguir en pié, los rituales una forma de despedirse. Lo siguiente es ser amable contigo mismo y recordar qué es lo que te hacer sentir bien, esas pequeñas cosas y añadir más de eso a tu vida.

Estrategias

¡Hoy es el día Mundial de la Salud Mental! He estado escuchando un podcast en el que Ángel Martín hace entrevistas sobre salud mental- “Por si las voces vuelven”, muy interesante por cierto- y los invitados siempre mencionan estrategias que les ayudan a sentirse mejor. Esto es individual, claro, pero a pesar de ello, hay muchas estrategias que nos ayudan a casi todos cuando estamos en nuestros peores momentos. Muchos nombran el deporte o la música, las rutinas -sobretodo en lo que se refiere al sueño y las comidas- el contacto social, mindfulness o el escribir. Hay estudios que demuestran cómo estos factores contribuyen a que nos sintamos mejor tanto si estamos en situaciones de estrés, depresión u otros problemas mentales.

El buscar ayuda es siempre un paso hacia sentirse mejor ya que necesitamos de los demás para salir de ciertos pensamientos que nos dañan, y es que al final somos seres sociales. Mucha gente se pregunta qué es lo que el Covid ha hecho con nosotros, sobretodo para los que han tenido que aislarse casi por completo y, por supuesto, los psicólogos vemos muchas nuevas dificultades. Y realmente en muchos casos lo primero es activarse, salir a caminar, retomar contactos… preguntarse, espera, ¿qué era aquello que me gustaba hacer tanto de pequeño? La vida cambia y sin embargo siempre nos quedará el sabor de esa naranja recién cogida del árbol, la sensación de inmensidad al contemplar las estrellas y tal vez los nervios y el olor a palomitas antes de empezar a ver una peli en el cine.

Hay estrategias que ya conocemos y otras que se pueden aprender, como a ser más conscientes de cómo nos sentimos y respirar profundamente. También hay cosas que hay que desaprender, cómo el multitasking y la efectividad y el machacarse con comentarios negativos. El sacar nuestro duendecillo bueno que dice “ya has hecho bastante, siéntate a descansar” es algo que se puede aprender. Y si el duende no está pues lo inventamos. En todo caso es importante preguntar a los que están a nuestro alrededor un ¿cómo estás? en serio porque el mero hecho de escuchar ya ayuda.

¿Y las estrategias con los niños? Pues las mismas, que también son humanos en miniatura, solo que necesitan aún más de nuestra ayuda. Y a veces nos resolverá bastante la vida un calendario para apuntar las cosas que tenemos/tienen que hacer y un padre/madre tranquil@ que les de tiempo para calmarse y les explique las cosas a su nivel.

Las emociones existen

Todas las emociones forman parte de nuestras vidas y sin embargo a menudo pretendemos que solo cabe una en nuestras vidas, la alegría. Sin embargo ¿no está acaso nuestra vida repleta de muchas otras, sobretodo si somos padres?

La alegría por supuesto aumenta al tener hijos pero ¿no se multiplican también la frustración, el miedo, el asco e incluso la tristeza? Nos juzgamos, sobre todo si somos padres, por sentir emociones negativas. Y eso hace que nos sintamos peor, la culpa es una de las emociones más comunes en los padres.

Las emociones tienen una función, por ello es importante reconocerlas, sentirlas y entender lo que nos dicen. Y luego valorar si deberíamos actuar o dejarlas venir y luego irse.

La culpa puede que nos diga que tenemos que hacer algo de otra manera. Su función puede ser el pensar en nuestros valores y qué quieres hacer la próxima vez. Sin embargo, el hundirse en una crítica personal y generalizaciones no ayuda. La ira puede tener la función de moverte y denunciar algo injusto, pero si crees que te va llevar a una agresión física deberías alejarte de quien te irrita y esperar a que te calmes.

Seguiremos hablando de emociones pero tenedlo en cuenta también con los peques y empezad validando sus emociones. Tomaos todo el tiempo que haga falta en mostrar empatía y nombrar lo que sienten (por ejemplo decid “entiendo que estás enfadado/triste…” ) y esperad- aunque cueste- con la parte de encontrar una solución. Los niños, al igual que los adultos, necesitan en esos momentos más el apoyo emocional que una solución racional para sus problemas.

Sobre autismo e hiperactividad

Un área todavía bastante desconocida en la que he trabajado es el autismo. Y aunque es cierto que se conoce cada vez más el autismo, por ejemplo, por las series, muchas veces se enseña de una forma muy estereotípica o incluso mitificada en el “genio autista”. El trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad es más conocido y lo nombro aquí porque es junto a los trastornos del espectro autista una de las razones más comunes por las que los padres buscan ayuda.

El espectro autista incluye personas muy distintas, desde el niño que no habla y tiene conductas repetitivas hasta la profesora de física de una universidad prestigiosa. Lo que se diagnosticaba antes como Asperger forma ahora también parte del espectro autista. Y eso confunde. En el diagnóstico se incluyen dificultades de comunicación e interacción social y algún tipo de interés extremo o estereotipias. Sin embargo, el diagnóstico se realiza al observar los síntomas (como en la mayoría de diagnósticos psiquiátricos) y eso hace que dos personas con autismo pueden ser extremadamente distintas.

Puede que conozcas a alguien en el espectro y no lo sepas. Personas con autismo de alto funcionamiento pueden llevar un vida totalmente normal pero con dificultades y ansiedad que van por dentro. En el caso de los niños lo que puede llamar la atención son las dificultades en manejar las emociones (sin embargo esta dificultad puede explicarse por otras muchas otras causas). El cerebro de las personas con autismo funciona de otra manera y eso es lo que provoca dificultades en la comunicación con otros, por ejemplo al ser más literales que otros.

Si hablamos de neurodiversidad hay muchas estrategias que ayudan tanto con el déficit de atención como con el autismo y, en general, estas estrategias son buenas para cualquier niño. Por ejemplo las rutinas, sin entrar mucho en detalle, cuánto más estructura tengamos como padres -aunque suene aburrido- mejor sabrán los niños qué se espera de ellos en cada momento y se sentirán más seguros.

Escribiré más sobre estos temas, aquí solo quería presentarlos y así ampliar el conocimiento de estos diagnósticos y la empatía hacia los padres y cualquier persona en el espectro. Antes de juzgar a un padre o madre por tener un niño que grita o que es muy inquieto o que es extremadamente selectivo con la comida pensad que tal vez no es por la educación o por sus padres, y que lo mejor que podemos hacer es intentar echar una mano o al menos, no ser demasiado rápidos juzgando.

La obediencia no es el valor que buscamos

Cuando oigo la palabra obediencia en niños algo se me remueve por dentro. Es mucho más frecuente oírla en padres de niños pequeños que en padres de adolescentes. Y es que la experiencia nos enseña que no es algo que vaya con los niños (o adultos) per se. Por supuesto que haría nuestra vida más fácil que los niños nos hicieran caso a la primera y ahí veremos también que algunos niños lo harán más que otros.

Los padres primerizos se sorprenden de que sus hijos no les hagan caso, quizás pensaban que la crianza iba a ser más fácil, casi natural y sin embargo se encuentran con un pequeño ser humano con una voluntad muy distinta a la suya.

No nos hacen caso, entonces ¿qué hacemos? Algunos padres lo convierten en una lucha de poder, es más pequeño, lo llevas, le obligas. Es evidente que en algunas situaciones -pocas- por ejemplo, ante un peligro, tráfico, vas a tener que llevar al niño. Sin embargo, como norma general, la lucha de poder es una estrategia con la que pierdes más que ganas y que puede acabar en violencia. Todos conocemos a alguien a quien sus padres han pegado y sabe las consecuencias nefastas para la relación y la autoestima del niño.

Hay otras formas de ser padres. Si lo llevamos al terreno de los adultos sabemos que si nos obligan a hacer algo mal vamos, el estilo autoritario hoy en día pocos lo queremos. Pensad en qué es un buen jefe, seguramente es alguien con conocimientos, que explica sus argumentos y os escucha y respeta. Preferimos que nos pregunten, que al menos discutan nosotros lo que nos incumbe. Eso no quiere decir que vayamos a discutirlo todo pero un niño que se siente escuchado y valorado tiene más probabilidades de querer cooperar y ayudar a solucionar problemas.

A veces se trata solo de un cambio de perspectiva. ¿Queremos educar a nuestros hijos para que tan solo obedezcan, que hagan lo que se les diga sin cuestionarlo? Probablemente no. Lo que queremos seguramente es que dejen de gritar o correr o que hagan sus deberes.

Un análisis de por qué un niño se comporta de cierta forma -o no – nos puede ayudar mucho más ayudarle. Si entendemos que un niño se pone a correr cuando se hace tarde igual podemos planear llevarles a la cama antes o crear otra rutina, si no quiere hacer los deberes igual hay que averiguar si le cuesta ponerse y necesita algún tipo de apoyo.

Al final la crianza es más complicada de lo que pensamos y depende también mucho del niño. Muchos padres orgullosos de lo bien que se comporta su primer hijo tienen un segundo y se dan cuenta de que ya no saben qué hacer.

Empecemos por los pilares de las relaciones: cuánto más difíciles se pongan las cosas necesitaremos más cariño y momentos positivos. Y si no tenéis ni energía para ello es el momento de pedir ayuda, para estar un rato solos y tomar un descanso o para hablar con alguien.

La búsqueda eterna de la felicidad

Cuando estamos mal es frecuente la búsqueda de la felicidad, que parece que tantos tienen pero nosotros no. Esa ansiada felicidad parece estar a la vuelta de la esquina, tan solo cuando… consiga ese trabajo (o deje este), cuando este me haga caso o cuando tenga un hijo o cuando el niño duerma toda la noche o se le pase este periodo difícil o cuando me compre aquello … seré feliz.

Tal vez esta búsqueda sea engañosa. Puede ser que la felicidad que buscamos siga sin llegar y en el fondo es que todos lo sabemos, que la felicidad no es un estado, son momentos. Quizá deberíamos buscar el sentido, nuestros objetivos o el estar más tranquilos, mejor con nosotros mismos, o en todo caso buscar los momentos felices pero sin pretender que no vendrán también momentos aburridos, tristes, frustrantes…

Pocos te dirán que sí a la pregunta de que si son felices, sin embargo todos tenemos momentos felices. Tomad nota de que suelen ser momentos sencillos y en los que estamos presentes -como ese momento cuando tomas un helado con alguien, al escuchar esa canción o quizás sea contemplando el mar, un atardecer en la playa, o al cocinar, al correr… Piensa ¿qué es lo que te hace feliz a tí?- tal vez sea el momento de llamar a alguien o de buscar esa guitarra.

Quizá la búsqueda de la felicidad eterna nos hace un poquito más infelices e incluso nos aleja de la realidad y de nuestras emociones. La realidad siempre es más compleja que aquel “seré feliz cuando…”. Sigue buscando aquello que es importante para tí, que tenga sentido, tus metas, y maximiza esos momentos felices, sin embargo ten en cuenta que la búsqueda de la felicidad eterna puede que esté sobrevalorada.

Impulsividad

Muchas veces nos comparamos a otros padres y eso nos hace sentirnos mal o que deberíamos hacer las cosas de otra manera. Si hablas con otros te das cuenta de que nadie tiene un manual de instrucciones, todos los padres estamos aprendiendo a ser, cada día, mejores padres. Aunque en algún momento pensemos tirar la toalla e irnos a vivir al lado del río yo sé que al día siguiente todos vamos a intentarlo de nuevo.

Muchos me decís que es que en vuestro caso es más difícil, que vuestros hijos gritan más que otros, que no paran o que son más testarudos, que seguramente tengan algún diagnóstico… Y puede ser. Quizás sean impulsivos, no sepan controlar sus emociones y su energía, puede que sea tremendamente difícil razonar con ellos. Sin embargo, os tienen a vosotros.

Aunque estéis cansados, incluso desesperados, podéis empezar tomando una pausa, aunque sea un segundo para respirar y mirar adentro, ¿qué es lo que puedo cambiar yo? Aunque estéis muy estresados, tal vez haya alguien que os pueda echar una mano para salir a pasear, respirar o hacer aquello que nos haga sentir bien. Posiblemente vuestros hijos necesitan ayuda para regular sus emociones y para eso tenemos que aprender a regular las nuestras primero. Y a aceptarlas también- y de lo de aceptar emociones negativas hablaré más en otro momento.

¿Y nosotros mismos cuántas decisiones hemos tomado de forma impulsiva, sin considerar las consecuencias? ¿Cuantas veces la paciencia brilla por su ausencia y nos irritan pequeñas cosas? A veces empatizar con nuestros hijos- justamente en los momentos que es más difícil hacerlo- es el camino hacia una mejor relación. O al menos empecemos permitiéndonos tomar una pausa.

Que levante la mano el que no esté estresado

Escuchaba ayer en una charla comentar que hoy en día estamos todos los padres en mayor o menor medida estresados y sobre estimulados. El móvil por supuesto contribuye a aumentar el “multitasking” y por lo tanto el estrés. Los niños (sobretodo si hay más que uno) también contribuyen pidiendo cosas y con la poca paciencia de los tiempos del “quiero todo ya”/“next”.

En realidad ¿quién llega a desayunar- digo, tomar un café- mientras se levanta por quinta vez consecutiva al “yo no quiero esto/¿dónde está mi cuchara?/ se ha caído la leche (que “se cae” sola)? Las mañanas, en general, pueden ser estresantes ya que aunque pensemos que 45 minutos -o una hora- debería ser tiempo suficiente salir de casa por alguna razón muchas veces no lo es. Y es que el tiempo no llega cuando no se despierta el niño o cuándo los zapatos de repente encogen por la noche… o cuando se distraen o se pelean o simplemente toca ayudar a cada uno con cosas distintas, una tras otra, y lo que debería llevar 10 minutos, con 3 niños, de repente lleva 30. Esto es frustrante, ver cómo el reloj de arena nos deja sin tiempo y a nuestro alrededor no pasa…nada. Yo llevé el otro día a mi hija en brazos al cole, con los zapatos en la mano, eso sí la profe lo entendió perfectamente -benditos profes-.

Al hablar de estrés hablamos de un balance entre demandas (lo que tenemos que hacer o se espera de nosotros) y recursos (tiempo, conocimientos, habilidades). Muchas veces lo que se demanda de nosotros es atención y ahí por supuesto aparecen los niños, que de pequeños quieren un 100% de atención, lo cual es bastante difícil si tienes más de uno. Y tu pareja cuando te cuenta algo también requiere tu atención -mientras un niño grita algo, el móvil manda notificaciones e intentas que no se queme lo de la sartén.

Ser conscientes de que el ser humano no es capaz de tener atención plena en más que en una cosa a la vez nos puede ayudar a entender que estamos en misiones imposibles. En el ejemplo de arriba sabemos que algo se va a caer de la ecuación, o todo. En la mayoría de los casos se quemará la tortilla, ignoraremos a la pareja o al niño y obviamente no cogeremos el móvil. Pero además nos sentiremos mal, como pareja, como padres, como cocineros y un largo etcétera. Pero tranquilos que hay soluciones, bajar las demandas o aumentar los recursos.

Una solución puede parecer difícil: hacer una cosa a la vez, sin embargo se puede intentar. Por ejemplo, solución 1: poner el móvil en otra habitación y el padre con el niño y solo cocinar, o solución 2: móvil con el niño, padre cocinando y tú con relajación 😜 Tiempo y planificación (aumentar recursos) pueden también ayudar, comida que se hace sola en el horno, niños ayudando a cocinar… Y otro recurso de oro, las pausas, pequeñas pausas como un café; o micropausas para parar y respirar; o largas pausas haciendo aquello que disfrutabas tanto antes. Necesitaría otra entrada para esto: qué tal bañarse en el mar o en la piscina, o salir a correr, a tomar el sol, coger naranjas, pasear por el bosque, escribir, tocar la guitarra, hacer una barbacoa, ver una peli… y pensar que todos necesitamos respirar, eso no te hace un mal padre sino todo lo contrario, un padre/madre con energía para estar presente.