
Una amiga de Hong Kong, en la adolescencia, me dijo que no importaba lo que fuera que me entristecía, tenía derecho a sentir mis emociones, si a mí me importaba, era importante. Es cierto que el permitirse sentir es crucial para sentirse bien. Muchas veces el qué dirán viene de nosotros mismos porque si levantas la cabeza normalmente nadie está mirando. Y es humano preocuparse o por cosas que tal vez a otros les parezcan nimias.
Yo tuve un choque de realidades ahora al acoger a una madre ucraniana con sus dos hijos. Huir de una guerra, dejar a tu marido atrás, tu casa, tu trabajo, una vida… ¿qué se puede comparar a eso? Mi estrés cotidiano se hizo un problema pequeñito del tamaño de una hormiga. Y está bien la perspectiva, la vista de avión de todo lo que tenemos, nuestros hermosos hijos, a salvo, nuestro trabajo… y no dar nada por hecho.
Realmente no puedo saber ella qué está pasando exactamente pero también veo que al final también tenemos mucho en común en el día a día. La frustración porque los niños comen mal o se pelean o porque se enganchan a las pantallas…. Nuestro estrés diario es parecido y válido. Al igual que lo son las emociones de nuestros hijos al mojárseles el dibujo o perder una bola de helado. Problemas quizás pequeños a nuestros ojos pero grandes a los suyos.
Validar las emociones he comprobado que es el mejor camino, dejarles sentir sus emociones, aunque sean negativas, “entiendo que estés triste” mucho antes del “(no llores) te compraré otra”. Dar el mensaje de que está permitido sentir todo, incluso lo negativo. De hecho eso es lo que les va a ayudar a calmarse, el ver que empatizamos con ellos en vez de minimizar sus problemas. Y a vosotros también os lo digo, “entiendo que estéis frustrados, agotados, después de un día intenso”, todos los padres y madres se sienten así de vez en cuando (si no todos los días), respiración profunda y mañana brillará el sol de nuevo.
